El último pez

Jul 24, 2018

Las más de 300 personas que estaban ahí pifiaban como si fuese un ajusticiamiento público de la edad media. Seguro a la mayoría les gusta el salmón y se relacionan de alguna u otra forma con su economía. Un abucheo generalizado, al principal generador de empleo e inversión en el sur, el segundo sector exportador […]

Las más de 300 personas que estaban ahí pifiaban como si fuese un ajusticiamiento público de la edad media. Seguro a la mayoría les gusta el salmón y se relacionan de alguna u otra forma con su economía.

Un abucheo generalizado, al principal generador de empleo e inversión en el sur, el segundo sector exportador del país, que provee a Chile y al mundo de una proteína sana y saludable, rica en Omega 3, con una muy baja huella de carbono y que es más eficiente que cualquier otro tipo de proteína animal.

Sin duda era un temporal, pero esta vez no había lluvia, el temporal era de pifias contra los auspiciadores salmonicultores bajo el techo del teatro Diego Rivera, el más importante de la capital del salmón, Puerto Montt.

¿La obra? «El último pez». Lamentablemente de mucho no me acuerdo, no pude conectarme, me explico:

Los silbidos no estaban dirigidos a una fábrica de armas, a una marca de cigarrillos o de comida chatarra, iban contra las salmonicultoras que auspiciaban el evento, los dueños de casa.

Mientras los actores guiando marionetas avanzaban en la obra, me afirmé de la butaca y comencé a imaginar el porqué de tamaña molestia. Podrían ser los despidos por el virus ISA (2007), la crisis de precios y costos (2014), el bloom de algas (2016), el vertimiento en Chiloé, o el reciente escape de salmones, lo que apareció en el diario, la queja de algún vecino, la historia que le contó un amigo de un amigo. Podría ser todo, podría ser ninguno.

Seguí con ojo inexperto el diálogo de la obra. Se trataba de una niña chilota obstinada por salvar el último pez en vida libre, consecuencia de la acción de la pesca indiscriminada y del impacto ambiental y social de las salmonicultoras. Entonces, volví a caer en estado reflexivo.

Aparentemente, la cultura salmonicultora que se fundó en los años ’90 basada en el crecimiento, el emprendimiento y la innovación no evolucionó hacia un nuevo relato. Quizás nos encapsulamos en nuestra propia obra y hoy, 26 temporales después, con una industria significativamente más sostenible que la de esos años (con mucho por mejorar por cierto), no hemos podido co-construir valores comunes.

Intenté seguir prestando atención a la obra, pero no podía dejar de pensar en cómo la falta diálogo eficaz deja espacio para las acusaciones infundadas, y que para desarrollar este nuevo relato se requiere de todos los actores, pues compartimos el mismo escenario y nos necesitamos los unos a los otros.

Sumergido en este análisis, me pillaron las luces prendidas, se había acabado la obra.

Mientras yo, quedé con la idea de que se refería a que todos hacemos el último pez, pues es también, el primer pez.

Carlos Odebret

Presidente de la Asociación de Salmonicultores de Magallanes.

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