El control del piojo del salmón ha sido objeto de investigación, regulaciones y de abundantes publicaciones científicas, lo que ha sido divulgado y discutido a través de seminarios y conferencias internacionales.
Es que el desarrollo de resistencia de este patógeno a los antiparasitarios disponibles para su control ha provocado una creciente preocupación por parte de los productores y autoridades de los países en los cuales se cultiva el salmón. Este parásito sin control provoca daño mecánico y deprime el sistema inmune de los peces infestados, lo que permite que otros patógenos de alto riesgo se multipliquen generando mortalidades difíciles de controlar.
Al igual que en los otros países, en Chile se han generado regulaciones, las que a partir del 2007, cuando este parásito fue incluido en la Lista 2 de Enfermedades de Alto Riesgo, junto con la Piscirickettsiosis y la Anemia Infecciosa del Salmón (ISA), se han ido modificando de acuerdo con la evolución que ha tenido la situación sanitaria.
La Dra. Sandra Bravo (en la foto) del Instituto de Acuicultura de la Universidad Austral de Chile (UACh) sostiene que el cambio generado en la metodología aplicada a los tratamientos por baño en mayo de 2013 fue un gran avance, al prohibir el uso de faldón y exigir el uso de tarpulín cerrado, medida inicialmente instaurada por la autoridad noruega en enero de 2011.
Eso sí, aclara que ello «permitió lograr mayores eficacias con los tratamientos aplicados por baño, pero no contribuyó a disminuir los riesgos de desarrollo de resistencia y tampoco a disminuir los altos volúmenes de antiparasitarios usados para su control».
Y así lo demuestran las cifras reportadas por la autoridad noruega, país que en el año 2015 usó 12.768 kilos de ingrediente activo de antiparasitarios (9,2 g/ton salmón producido) y 43.246 L de peróxido de hidrógeno. Mientras que en Chile se usaron 6.561 kilos de ingrediente activo de antiparasitarios (7,9 g/ton salmón producido).
Puntualmente en Noruega, el control del piojo de mar se ha convertido en el principal desafío para la autoridad que regula la salmonicultura. Aun cuando este país ha invertido abundantes recursos económicos en investigación, la cual ha sido concentrada en el Centro de Investigaciones del Sea Lice (SLRC) creado en septiembre de 2011, los volúmenes de antiparasitarios no han disminuido, por el contrario han aumentado y también el desarrollo de resistencia de Lepeophtheirus salmonis a todos los productos hoy autorizados para su control en Noruega.
Para la Dra. Bravo, esa situación debe alertar a la autoridad chilena, ya que los tratamientos con fármacos antiparasitarios por sí solos no son la solución a las severas infestaciones causadas por este parásito, que ha mostrado una alta plasticidad y adaptación a situaciones adversas a través de los años, lo que se explica por su posición primitiva en la escala evolutiva.
Pero entonces, ¿qué hacer frente a este escenario, en el cual no se vislumbra el desarrollo de vacunas y tampoco de nuevos antiparasitarios? La experta en acuicultura responde que lo sensato es revisar las regulaciones implementadas por la autoridad, de tal forma de prolongar lo máximo posible la aplicación de antiparasitarios, poniendo atención en la biología y comportamiento reproductivo de estos piojos. De partida, el piojo de mar en Chile, Caligus rogercresseyi, tiene una tasa de fecundidad 20 veces menor a la de Lepeophtheirus salmonis. Las hembras de C. rogercresseyi producen en promedio 50 huevos por saco (100 huevos por hembra), en tanto que L. salmonis puede llegar a producir 1.000 huevos por saco (2.000 huevos por hembra). El tamaño de la hembra de Caligus es alrededor de 5 mm, en tanto que la hembra de L. salmonis alcanza tallas de hasta 12 mm. Esto significa que el daño generado por L. salmonis es mucho mayor que el daño generado por C. rogercresseyi.
«Lamentablemente, las estrictas regulaciones centradas en una reducida carga máxima de parásitos por pez implementadas en Chile y en los otros países, solo ha contribuido a incrementar el uso de antiparasitarios para cumplir con la normativa, y ha acelerado los procesos de desarrollo de resistencia, ya que los piojos sobrevivientes transmiten a su descendencia los genes de resistencia a los productos empleados para su control, lo que está ampliamente documentado», subraya la Dra. Bravo, quien concluye que esta situación está forzando a revisar nuevamente la normativa; «esta vez, con foco en el bienestar de los peces y en la sustentabilidad ambiental».