(Pulso) «Analizando las cifras y la situación económica del continente nos dimos cuenta en 2014 que no había un esquema de trabajo ni se habían creado vínculos políticos ni de relaciones económicas, y creamos el Plan África», advierte el director de Asuntos Económicos Bilaterales de la Dirección General de Relaciones Económicas Internacionales (Direcon), Pablo Urria, para explicar por qué clavaron su vista al frente del Atlántico.
Como en los últimos años algunos países de los 54 que conforman este continente habían mutado desde una situación política convulsionada a una estable se conformaban las condiciones para un crecimiento más sostenible. Según cifras del Foro Económico Mundial (WEF, en sus siglas en inglés), entre 2004 y 2014 África crecía entre 5 y 6% impulsada por el auge de las materias primas, y aunque tuvo un descenso entre 2015 y 2017 a 2,5% por la baja en el precio del petróleo, las proyecciones para este año suben a casi 4% (sin los países del área subhariana), crecimiento mayor que el 3,5% de la economía global.
Misma evaluación se realizó en Chile: «En 2014 habían 17 economías que en promedio habían crecido más de 5% y un informe del Banco Mundial proyectaba un aumento de la clase media que al consumir bienes más allá de la supervivencia, abren una oportunidad para los países exportadores», constata Urría.
Otro dato importante es la importancia que China ha otorgado a ese continente. «Claramente había que empezar a trabajar con una región que conocíamos poco y estudiar cómo priorizar porque no había posibilidad de abordar los 54 países», precisa Urria.
Es por ello que en 2014 se adopta la idea de crear una agenda con metas de corto, mediano y largo plazo. La primera medida fue instalar dos oficinas comerciales, una en Sudáfrica para abordar el SACU o la unión aduanera del sur que abarca también a Botswana, Lesoto, Suazilandia y Namibia; y otra en el norte, en Marruecos para llegar asimismo a Egipto.
«Teníamos que empezar a trabajar en paralelo con una perspectiva de futuro para estar presente antes de que lleguen otros países», explica Urria. Y en ese contexto se determinó en avanzar en cosas concretas, como ir conformando un marco jurídico como antesala de acuerdos comerciales para el mediano plazo.
De hecho, a principios de este mes se realizó en Chile la primera reunión de la Comisión Conjunta de Comercio e Inversión de Chile y Botswana para establecer un plan de trabajo y seguir explorando oportunidades recíprocas. «Por ejemplo, a nosotros nos interesa llegar con los alimentos, pero ellos aún necesitan desarrollar la institucionalidad como contar con una agencia de control sanitario. A la larga es darles capacitación técnica que les viene bien a ellos y así nosotros, en el futuro podremos llegar con productos», sostiene.
En concreto la balanza comercial pasó de ser deficitaria para Chile con -US$125.901 millones en 2014 a superavitaria en 2016 con US$141.383 millones. Claro que las exportaciones han ido decayendo desde un peak de US$401.961 millones en 2014 a $250.961 millones en 2016, un 23% menos. Y entre enero y octubre de este año, los envíos han bajado un 14% en 12 meses.
Urria señala que hay pocos productos con los cuales han llegado más fácilmente como el vino y el salmón. Tampoco ha sido muy fácil convencer a los privados, admite el director, pese a que se han hecho dos giras con empresarios con fondos de ProChile: en 2015 a Sudáfrica, Angola, Ghana y Mozambique; y en 2016 a Marruecos, Argelia y Egipto.
«Un empresario en una reunión me dijo que para ellos no existen los planes de mediano y largo plazo, sino que esperan el retorno más pronto; pero nosotros tenemos actividades conjuntas con la Sofofa (Sociedad de Fomento Fabril) donde vemos un apoyo claro. Obviamente no es el mismo interés que por Asia, porque África es un mercado incipiente aún», sentencia la autoridad.
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