Bombas y balas de las guerras mundiales contaminan los mares del planeta

Jun 12, 2018

Millones de toneladas de municiones arrojadas al mar durante años amenazan con liberar explosivos y sustancias tóxicas.

(Miguel Ángel Criado | El País) Municiones de todas las guerras humanas amenazan con algo más que ensuciar el mar. Una revisión de lo que la ciencia sabe sobre el comportamiento e impacto de balas, bombas o minas en las aguas marinas muestra que el riesgo de explosión se mantiene o aumenta. A largo plazo, los compuestos para los explosivos acaban liberados en el océano, afectando a la química, la salud y hasta los genes de la vida marina.

CIentíficos alemanes han revisado decenas de investigaciones, en algunas los detalles aún se mantienen en secreto, sobre la presencia y evolución de infinidad de arsenales arrojados al mar. La mayoría de las municiones tienen su origen en la II Guerra Mundial (IIGM). Hay, por ejemplo, toneladas de armamento de la Alemania nazi tiradas al mar por los Aliados al acabar la contienda. En otros casos, como en las aguas de Hawái, se trata de armas estadounidenses que simplemente se quedaron viejas.

Solo en la porción alemana de los mares del Norte y Báltico, una de las mejor estudiadas y de las más contaminadas, hay algo más de 1,6 millón de toneladas de municiones. Los riesgos de tanta pólvora son muchos. Por un lado, aún se mantiene el peligro de explosión ya sea por el deterioro de los estabilizadores como por reacciones químicas de los compuestos nitrogenados que forman el explosivo. Por otro lado, está su impacto ecológico aún en estudio.

«Todas estas municiones son altamente explosivas», dice el investigador del Centro Helmholtz para la Investigación Oceánica GEOMAR y principal autor del estudio, Aaron Beck. «Este es el principal motivo de preocupación para el desarrollo de las diversas actividades costeras», añade. Ya en el pasado se han producido accidentes con algunos pescadores. Las prospecciones marinas, el tendido de cables submarinos o la instalación de plataformas eólicas o mareomotrices hacen urgente saber cuántos explosivos hay en el mar y dónde.

El problema es que, como reconoce Beck, no se sabe. «Los registros históricos de las municiones arrojadas al mar son muy pobres y se desconoce con exactitud la cantidad y localización del material no explosionado, como minas o proyectiles disparados que no llegaron a estallar. La mayoría de los registros actuales no son de fácil acceso y su disponibilidad varía según el país que sea. Hasta donde sabemos, Alemania tiene uno de los archivos públicos más completos que se puede consultar en la página Amucad.org«, subraya.

Hasta la firma del convenio de Oslo en 1972 (en realidad hasta el de Londres varios años más tarde) cualquiera podía tirar al mar cualquier cosa. Desde tanques obsoletos hasta armas químicas acababan en el fondo del mar. Algunos países, como España, seguía haciéndolo hasta fechas más recientes. Los diferentes ejércitos y la Armada lanzaron miles de toneladas de munición caducada en seis puntos de las costas españolas hasta que la práctica se prohibió en 1995.

Pero el tiempo se encarga de recuperarlo todo, por muy profundo que esté. El estudio del GEOMAR revisa el comportamiento de los metales usados como carcasas o casquillos que encapsulan el explosivo. No hay una misma evolución temporal ni una fecha de caducidad, ya que influyen la composición y calidad del metal, por un lado, y la salinidad, temperatura o el flujo de oxígeno (corrientes), por el otro. Combinando todos esos factores se puede obtener una ratio de corrosión. Un estudio con municiones de la IIGM en un vertedero marino de Estados Unidos en las islas Hawái comprobó que el 95% del material mostraba un severo grado de corrosión.

«Nuestros colegas del Instituto Fraunhofer de Tecnología Química han realizado mediciones con explosivos recuperados de debajo del agua y han encontrado que la exposición a largo plazo al agua del mar hace que incluso sean más sensibles a la explosión», sostiene el investigador alemán. La gran mayoría del explosivo está formado por tres compuestos: la dinamita o TNT, ciclonita o RDX o el más reciente octógeno o HMX. Los dos primeros, según algunos trabajos, muestran toxicidad para los seres vivos. El RDX, por ejemplo, interfiere en la fotosíntesis de las zooxantelas, unas algas microscópicas que están en buena parte de la base de la vida marina.

El investigador del Instituto de Ciencias Marinas de Andalucía y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), Julián Blasco, ha revisado esta investigación: «Señala lo que no se sabe y es más de lo que se sabe». Y ese grado de desconocimiento de lo que hay en el fondo del mar es un peligro para todos. «Cada vez hay más actividades costeras, como el dragado para aerogeneradores, lo que eleva el riesgo de explosión accidental», dice. En cuanto a su toxicidad, aún hay que investigar mucho el comportamiento del material explosivo en el agua del mar. Lo que sí parece claro es que, como enfatiza Blasco, unas decisiones y acciones del siglo XX «serán un problema en el XXI».

Presione aquí para leer el artículo en su fuente original de El País.

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