Aprovechan desechos de la acuicultura para crear basureros reciclados

Mar 8, 2018

En enero, la empresa de reciclaje Comberplast se propuso aprovechar la contaminación de Chiloé para hacer negocios: trazaron un plan para retirar casi 4.000 toneladas de desechos plásticos del mar, producto de la salmonicultura y del cultivo de mejillones, para construir basureros reciclados que piensan vender a los municipios de todo el país.

(Qué Pasa) El empresario chileno Michel Compagnon, de 42 años, sabe muy bien cómo buscar algo valioso entre la basura. De eso se trata su vida. Por esto, cuando un miércoles de marzo del año pasado viajó a Chiloé (región de Los Lagos) con su esposa y unos amigos, tuvo que detener su auto a un costado de la ruta camino a Castro. Lo que vio lo dejó impresionado: en los campos había una gran cantidad de plástico acumulado, que luego también vería en las calles, en las playas y áreas marinas de la Isla Grande.

Ese día el Sol pegaba fuerte sobre la tierra chilota, y durante todo el viaje camino al hotel vio cómo el panorama se extendía: por todos lados se veían fragmentos de redes y cuerdas de plástico, acumulados a uno y otro lado del camino. Más tarde, esas mismas cuerdas las vería por toda la isla de Quinchao, y se atrevería a preguntarle a un chilote de qué se trataba todo eso. Qué utilidad tenía en la isla.

—Todo eso es basura… —le respondió el hombre.

Estaban por todos lados: en las playas, en las calles, en las caletas, en los sitios eriazos. Michel Compagnon se guardó un trozo de cuerda para llevar a Santiago (región Metropolitana). Como cada vez que ve grandes basurales, intentó visualizar qué oportunidad de negocio podía haber detrás. De eso, dice, se trata su vida: como director de Comberplast, una de las empresas más grandes de reciclaje de plástico en Chile —con facturación de US$15 millones al año, y ganadora del Premio Nacional de Medio Ambiente el año pasado—, su trabajo gira en torno a encontrar formas de darles a los desechos una nueva vida útil.

Una vez en Santiago, se reunió con su hermano Julio, gerente general de la empresa, y le comentó sobre la oportunidad que había visto en Chiloé. Entonces se contactaron con la firma Recollect, una recicladora de Puerto Montt (región de Los Lagos) especializada en reutilización de plumavit. Ellos le explicaron la dimensión del problema: las cuerdas que se acumulan en las playas de Chiloé, que los locales llaman «cabos marinos», son utilizadas por la salmonicultura y la mitilicultura —cultivo de mejillones— para hacer redes y atar embarcaciones, pero con el tiempo van cediendo a las inclemencias del agua y del clima, hasta finalmente comenzar a desprenderse en el océano.

La mayor parte de esa basura —que nunca se hunde, por estar compuesta mayormente de propileno— termina por llegar a las playas, y parte de ella es llevada a vertederos, isla adentro, donde se va acumulando. José Ignacio Zirpel, el fundador de Recollect, les dijo que podían llegar a sacar 800 toneladas de cabos por año si lograba conseguir una forma de reciclarlos en algo útil.

La pregunta, entonces, era esa: ¿qué se puede hacer, cada año, con una montaña de basura igual a cinco Boeing 747 uno arriba del otro? El negocio estaba en la respuesta.

***

La infancia de Compagnon ocurrió en un mundo de plástico. La empresa Comberplast —que antes fue de su padre, que la fundó en 1974— tenía una pista de bicicross instalada en pleno patio trasero. Michel jugaba en ella todos los días, mientras veía los camiones llegar con toneladas de plástico. Le gustaba, sobre todo, rasgar las grandes bolsas de pellet de plástico de colores, y tirarse a jugar sobre este hasta que alguien lo echara. El sonido de las máquinas de fondo y la textura de esas pelotitas son, tal vez, los recuerdos más fuertes de su niñez, impregnados por el olor a plástico.

Su abuelo materno tenía también una fábrica de plástico, y su tío otra de confección de bolsas plásticas. Él recuerda no haber tenido ni diez años y ya ser capaz de distinguir entre el politereftalato de etilenglicol, el polipropileno y cualquier otro plástico que llegara a la fábrica.

—Tú los quemas y los distingues altiro. Para mí, era tan natural como la diferencia entre un plátano, una manzana o una sandía, —dice, mientras camina por la fábrica de la empresa en San Bernardo.

El lugar consiste en cinco galpones llenos de máquinas industriales, que dan a un patio repleto de basura: envases de plástico, decodificadores de televisión, computadores viejos, cajas de Coca-Cola, redes de pesca. La fábrica siempre ha sido así. Pero hasta el año 1996 la empresa no se dedicaba al reciclaje, sino simplemente a producir plástico. La primera máquina para reciclar la inventaron allí mismo, uniendo un molino con una vieja máquina de moler. Al aparato lo llamaron Frankenstein, y con él comenzaron a crear sus primeros pellets artesanalmente.

Pero fue recién con la entrada de Michel a la empresa, unos años después, que decidieron dar el salto y comprar máquinas de reciclaje profesionales. De alguna forma, el mercado había cambiado: los cuestionamientos al plástico, en un mundo que empezaba a tener por primera vez una mayor conciencia ambiental, hicieron que algunas empresas productoras de plástico comenzar a migrar hacia el reciclaje. A Compagnon le pareció que ese era el camino para lograr una economía circular.

Ahora cuenta esa historia mientras camina por la fábrica, de 34.000 m2, y es el único entre los 160 empleados que no lleva protectores en los oídos. Está acostumbrado a esos ruidos. En el patio de la empresa, entre los ordenadores y las montañas de basura, hay treinta toneladas de cabos chilotes. Es el primer desembarco, que llegó a Santiago a fines de enero.

Luego de hablar del problema con la gente de Recollect —y de decidir trabajar juntos para limpiar la isla—, Michel envió una muestra de los cabos a un laboratorio de Holanda, para determinar el tipo de plástico que contienen y poder imaginar un futuro producto. Los resultados indicaron que la composición química era factible de ser trabajada en máquinas, luego de un fatigoso proceso de limpieza y destrenzado.

Entonces decidieron crear «Atando Cabos», un proyecto industrial para recolectar al menos 800 toneladas de cuerdas este año —la dimensión total que hay en Chiloé no ha sido estudiada—, y con ellas hacer basureros de plástico totalmente reciclado para venderlos a las municipalidades en la isla y luego al resto de Chile. La idea es subir la recolección a 1.300 toneladas el próximo año, y a una producción máxima de 2.000 toneladas en el año 2020.

La elección de construir basureros no fue casual. Según los hermanos Compagnon el objetivo final de «Atando Cabos» es lograr construir lo que llaman economía circular: transformar la basura de las comunidades en un objeto útil, que a su vez impacte en el cuidado del medioambiente. No se trata de filantropía, aclaran cada vez que pueden, sino demostrar que el reciclaje puede ser un negocio rentable.

—Lo primero es limpiar las playas, luego limpiar Chiloé y después hacer productos que vayan para allá y ayuden a seguir limpiando —dice Compagnon, con el sonido de las máquinas derritiendo plástico de fondo—. Si lo logramos, cerramos el ciclo del material, al transformar la basura en algo que ayuda al medioambiente.

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Según la Organización de las Naciones Unidas (ONU), para el año 2050 los océanos tendrán más plástico que peces y el 99% de las aves marinas lo habrán ingerido.

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Waste Atlas, a su vez, indicó que Chile es el país que más basura genera en Latinoamérica, y un estudio de la Universidad de Georgia señaló que cada año 10.000 a 25.000 toneladas de plástico tienen el potencial de llegar al mar en nuestro país. Sin ir más lejos, la semana pasada la campaña «Voluntarios por el océano» recolectó más de diez toneladas de residuos de las costas chilenas, y terminó en el lugar emblemático de la contaminación de nuestro mar: Chiloé.

Mark Minneboo, director para Chile de la fundación Plastic Oceans, la más relevante en el mundo de la lucha contra el plástico en los océanos, asegura que las zonas más contaminadas del país son Antofagasta, Isla de Pascua y la Isla Grande de Chiloé. A fines de enero, mientras el primer camión de Comberplast viajaba a Santiago, Michel Compagnon fue invitado a dar una charla sobre el proyecto «Atando Cabos» en el seminario #ThinkPlastic. El evento, organizado por Minneboo, tuvo de invitado a Craig Leeson, director de A Plastic Oceans —el documental de referencia sobre la contaminación del mar—, quien quiso visitar a su fábrica en San Bernardo y grabar sus procesos, para la segunda parte que actualmente está rodando financiado por Netflix.

Compagnon detalló para el documental el plan de la firma chilena: llevar los miles de toneladas hasta su planta, trabajar las cuerdas hasta lograr convertirlas en pellets de colores, y con ellas elaborar basureros capaces de soportar entre 120 y 140 litros, que tendrán un precio de $30.000 cada uno. La idea de Comberplast es lograr generar con el proyecto cerca de US$3 millones al año, que amortigüen los altos costos de recolección, traslado y procesamiento de los cabos.

El desafío de la empresa, por ahora, es conseguir clientes para sus basureros. Para eso, lo primero que piensan hacer es difusión, instalando una gran piscina en Lollapalooza llena de cabos, que estará por encima del público. La idea de los hermanos Compagnon es que los asistentes puedan sentir cómo es vivir bajo un océano lleno de basura. Y así ir generando una mayor conciencia de reciclaje.

—¿Sabes lo que pasa? Que en Chile el 48% del mercado de plástico lo ocupan empresas que se dedican a hacer cosas que se botan. Yo voy al supermercado, me compro un champú, luego boto el envase y eso es todo —dice el director de Comberplast, mientras camina por los galpones de la fábrica—. Por eso hablamos de crear basureros, generar una economía circular. Para que todos seamos la solución.

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